Por Victoria Gimeno

A veces, sin darnos cuenta, nos metemos o nos introducen en un triángulo muy pernicioso: el triángulo dramático de Karpman.

Stephen Karpman en 1968 en su artículo «Fairy Tales and Script Drama Analysis»  escribió por primera vez sobre una patología basada en las relaciones que se pueden dar entre personas que se inician en la infancia y son una estrategia para sobrevivir y conseguir afecto y que pueden subsistir o repetirse en la edad adulta: la Víctima, el Salvador,  y el Perseguidor.

Por resumir los juegos que se producen en este triángulo y simplificar, ya que  este podría empezar por cualquiera de los “personajes”, pongamos un ejemplo,  la víctima busca un salvador para que resuelva sus problemas porque se siente incapaz de hacerlo por sí misma, y este salvador entra en el triángulo haciéndose responsable de la víctima. Puede suceder que este salvador, acabe convirtiéndose en una víctima y está en un perseguidor.  Lo que quiero que se tenga en cuenta es que las personas que entran en este triángulo pernicioso, quedan atrapados en él y van intercambiando los papeles, pasando de unos a otros, girando en él. Estas relaciones solo generan sufrimiento. A la víctima le mueve el resentimiento; al salvador, la culpabilidad;  y,  al perseguidor, la agresividad y la coacción.

En el extremo más patológico, la víctima podría suicidarse, el perseguidor podría ser un asesino y el salvador podría enfermar psicológica y físicamente.

Estos papeles, existen en la sociedad, el salvador o rescatador es alguien que en su afán de ayudar se extralimita y presta su ayuda incluso aunque no se la pidan; el perseguidor es el manipulador que intenta que las cosas se hagan como él considera que deben hacerse; y por su parte, la víctima es aquel que nunca es culpable de nada y que necesita seriamente la ayuda de los demás. Así pues, estos personajes reales son muy capaces de entrar en este triángulo cuando encuentran el rol que les complementa.

Solo un profesional podría cambiar estos roles,  haciendo que  el perseguidor deje su agresividad y se convierta en un orientador de la víctima dándole feedback;  al salvador en alguien que escucha sin juzgar y reconoce la capacidad de la víctima de resolver por sí misma sus problemas; a la víctima, en persona capaz de aprender y ser responsable de lo que le lleva a quejarse.  Para ello, lo primero es que cada uno reconozca su rol, en coaching siempre decimos “el darse cuenta”.  Este es un triángulo emocional que puede afectar  muy negativamente a las relaciones, haciendo que estas  no existan, desaparezca la comunicación y se sustituya por mentiras,  manipulación y dolor.

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